Desde que llegué al Darfur a finales del año 2009, ha sido la primera vez que he capturado una fotografía como ésta. Una mujer, en compañía de sus hijos, muestra su fusil con un orgullo inusual. Para ella y, para muchos de su tribu, tener un arma en las manos es un signo de poder que los eleva un grado en la sociedad. Para más ironías, esta fotografía la hice durante un acto que las Naciones Unidas organizaba para promover la paz en El Sereif, una zona del Darfur Norte afectada por graves enfrentamientos tribales desde principios del año pasado y que acabó con miles de desplazados y cientos de muertos.
Esta señora armada, por ser una mujer, es excepcional pero en El Sereif hay muchos otros civiles, jóvenes y mayores, que se pasean por el pueblo con metralletas o fusiles, algunos tan antiguos que se remontan a la Segunda Guerra Mundial. Y lo hacen con esa satisfacción que les da la opción de disparar a matar en cualquier momento.
La cultura y, sobre todo, el mercado de las armas está muy vivo en el Darfur, del que unos pocos se benefician y muchos salen perjudicados.
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